Nació en Ribera del Fresno (Badajoz) en
febrero del año 1585.
Quedó huérfano a los cuatro años y no obstante su corta edad fue dedicado al
oficio de pastor. En esta labor se le apareció San Juan Evangelista, quien lo
tomó bajo su protección. El amparo de San Juan lo acompañó siempre,
protegiéndolo del mal y ayudándolo a mantener su pureza. Así, Macías contó a la
hora de su muerte que moría virgen, como otro Santo Domingo.
Su vida estuvo marcada con una primera educación en familia llena de especial
devoción a la Virgen María, especialmente al rezo del rosario.
Años más tarde abandonó el oficio de pastor y se mantuvo con el trabajo de sus
manos, aunque buscaba siempre la soledad para la tranquilidad de su espíritu.
Pasó a Sevilla y trabajó para un mercader, con quien emigró hacia América del
Sur en una nave mercante; llegó a Cartagena de Indias (Colombia), y fue
despedido por no saber escribir. Desde allí emprendió viaje por tierra hacia
Lima, donde trabaja un tiempo en las afueras de la ciudad con unos ganaderos;
es aquí donde descubre su vocación a la vida religiosa.
Pidió el hábito de hermano cooperador en
el convento de los Padres Dominicos de Santa María Magdalena en 1622 cuando
contaba treinta y siete años.
Su vida en el convento estuvo marcada por
la profunda oración, la penitencia y la caridad. Ocupó el cargo de portero
durante veintidos años y éste fue el lugar de su santificación. El portón del
convento era el centro de reunión de los mendigos, los enfermos y los
desamparados de toda Lima que acudían buscando consuelo. A pesar de su
dedicación al trabajo de portero, siempre encontraba de cuatro a seis horas
para dedicarlas a la oración ya de día ya de noche y de rodillas, lo que le
produjo una llaga rebelde en su rodilla, que los médicos no pudieron curar.
Pero una noche se le apareció su protector San Juan Evangelista y quedó sano.
Según su autobiografía que dictó antes de
su muerte, la Virgen se le apareció varias veces para confortarlo en sus
penitencias. Mientras atendía sus obligaciones en la cocina, portería u otro
lugar, se le vio en éxtasis, levitaciones y resplandores.
Pero también tuvo que soportar, durante
más de doce años, según cuenta, las molestias del demonio, que lo aporreaba y
arrastraba, pero siempre se libraba de él invocando a Jesús, María y José.
Tuvo también mucho influjo en la ciudad
con sus consejos. A él acudieron el propio Virrey y la nobleza de Lima. Vivió
en gran amistad y comunicación con san Martín de Porres y santa Rosa de Lima.
También, como san Martín de Porres,
sufrió con valentía las injurias y calumnias por su caridad heroica con los
necesitados.
Murió en Lima el 15 de septiembre de 1645 y su cuerpo se
venera en la basílica
del Rosario. Fue beatificado por Gregorio XVI en 1837 y canonizado por Pablo VI
el 28 de septiembre de 1975. Es el patrón de los inmigrantes y campesinos.