Beata Isabel Ascensión de San José, 16 de Febrero



Nació en Huéscar (Granada, España) el 9 de mayo de 1860. Martirizada en Huéscar el 16 de febrero de 1937.


Isabel Sánchez Romero nació en una casa de campo del término municipal de Huéscar, (granada) en 1860. Ingreso en el monasterio de la Madre de Dios, Dominicas, en Huéscar, a los 17 años de edad, como hermana cooperadora o Hermana de Obediencia y tomo el nombre de Sor Isabel. Era humilde, obediente, silenciosa y trabajadora. Tenía desde joven una rara enfermedad que le cubría el cuerpo de llagas, por lo que no podía asumir responsabilidades fijas, era la auxiliar de todas las hermanas cuando la enfermedad se lo permitía. Jamás se le oyó una queja de su humanamente lastimosa situación. Era una buena preparación para sufrir la persecución religiosas, como lo advirtió a la comunidad el director de los ejercicios espirituales, un mes antes de estallar la guerra.



En los primeros días de la persecución religiosa durante la guerra civil de 1936-1937, Huéscar estuvo dominada por las fuerzas de derechas, hasta que a principios de agosto un avión republicano lanzo un bombardeo y a continuación fue dominada por los milicianos, y las 14 monjas tuvieron que abandonar el monasterio.

El 15 de febrero de 1937, registraron la casa donde se alojaba sor Isabel. La detuvieron y la condujeron al calabozo. Por la noche, los milicianos quisieron obligar a la monja dominica a blasfemar, bajo amenaza de muerte: sor Isabel respondió con jaculatorias. En castigo, fue maltratada y magullada por todo el cuerpo, que quedó semimuerto, a sus 76 años, tendido en el suelo sobre su propia sangre. A la mañana siguiente, querían que subiera en un camión, pero la pobre anciana no podía levantarse, por lo que la recogieron como un guiñapo y la tiraron al camión, con los demás presos. Llegaron a las puertas del cementerio, fueron bajando a los presos y fusilándolos en su presencia, sor Isabel vió morir a su sobrino Florencio y seguía negándose rotundamente a blasfemar, como querían los asesinos.

Al final pusieron su cabeza sobre una piedra y con otra piedra le machacaron el cráneo. Sor Isabel se fue a las bodas eternas con el esposo. Era el 16 de febrero de 1937.

La diócesis de Guadix instruyo el proceso de beatificación, que obtuvo el Nihil Obstat de la Santa Sede el 5 de julio de 1995. El 19 de febrero de 1999 se promulgó el decreto de validez de la investigación diocesana. El 11 de Diciembre de 2019 SS el Papa Francisco ha decretado su beatificación.

Beata Juana de Aza, 2 de Agosto

La mayoría de los santos y santas hicieron algo por lo que se les recuerda. Fundaron órdenes religiosas o sobresalieron por su extrema caridad, o fueron misioneros. Sólo un puñado de ellos ha alcanzado la santidad viviendo vidas ordinarias y no espectaculares. La Beata Juana de Aza es una de ellas.

Nace en la Villa de Aza hacia 1135. Sus padres fueron Don Garcés, Rico-Home, Alférez Mayor de Castilla, Ayo y protector, tutor y cuidador del rey de Castilla y de Doña Sancha Pérez, ambos pertenecientes a la nobleza de Castilla. En su niñez recibió esmerada educación cristiana.

Contrae matrimonio con el venerable Félix Núñez de Guzmán, de la casa Lara hacia 1160. El primer español que escribe sobre el padre de Domingo (Rodrigo de Cerrato o el "Cerratense"), a mediados del siglo XIII, afirma que Félix era "dives in populo" ("rico en su pueblo"). Sobre Félix de Guzmán poco se sabe, salvo que fue en todos los sentidos digna cabeza de una familia de santos.
Unidos por el amor, don Félix de Guzmán y doña Juana de Aza, en un tiempo en que los valores del espíritu resplandecían sobre toda clase de apreciaciones materialistas, comparten sus vidas en celo religioso y nobleza de sentimientos; así era lógico que formaran un hogar donde Dios recogiera frutos de evangélica belleza y la Iglesia encontrara trabajadores para la difusión del Evangelio.
Del matrimonio nacen tres hijos: Antonio, Manés y Domingo, en quienes su madre va sembrando principios profundos de Fe y Vida Cristiana.
Vive Juana de Aza de forma sencilla y virtuosa en su Villa de Caleruega (actual provincia de Burgos). Solícita para el bien con los demás, se entrega al cuidado de su casa, familia y vasallos, llenando a todos de paz y de alegría. Es generosa con sus vasallos, que más bien parecían hijos por tantos y tan reiterados detalles de maternal solicitud. Prueba de ello, es el milagro realizado en sus bodegas al faltar vino para obsequiar al marido y a sus invitados, movida por su caridad a acudir a esta necesidad.

Era una virtuosa dama, compasiva y generosa con los pobres, a quienes socorría con largueza, llevando por testigos a sus tres niños. Su casa estaba siempre abierta para atender a enfermos, peregrinos y necesitados. Su vida fue ejemplo de amor conyugal, oración en familia y formación cristiana.

El Beato Jordán de Sajonia, uno de sus biógrafos, dejó constancia escrita (Libellus de principiis) de que, cuando ella estaba embarazada esperando a Domingo, tuvo una visión, que será emblema de la Orden formada por Domingo. Vió que en su vientre llevaba un perro con una antorcha encendida junto a un mundo. Preocupada, fue a orar al monasterio de Silos para entender el posible significado. Miestras le oraba a Santo Domingo de Silos, éste se le apareció y le reveló su significado: El hijo que nacerá iluminará el mundo con la predicación del Evangelio. La madre, en agradecimiento le puso a su hijo el nombre de Domingo en honor al Santo Abad. Sus esfuerzos por educar cristianamente a sus hijos despertó en ellos su vocación, distinguiéndose ellos por su santidad.

El Venerable Antonio de Gúzman, el mayor, fue sacerdote secular y tras haber distribuído su patrimonio entre los pobres y, desdeñando altos beneficios y dignidades eclesiásticas, muy posibles dada la posición de su noble familia, entró en un hospital para cuidar de los pobres, enfermos y peregrinos que acudían por entonces en gran número al sepulcro de Santo Domingo de Silos.

El Beato Manés siguió los pasos de Domingo y fue fraile predicador, siendo beatificado por Gregorio XVI en 1834.

Y Santo Domingo, predicador, taumaturgo y fundador de una Orden dedicada a la Predicación (Orden Dominicana), canonizado por Gregorio IX en 1234.

Murió con fama de santidad el dos de agosto de 1202, y fue sepultada en la Parroquia de San Sebastián de Caleruega. El pueblo inició su veneración invocándola y obtenía respuesta en la protección de sus cosechas. Con la desamortización del S. XIX quisieron sacar a las monjas del Monasterio de Caleruega por orden del gobierno central. No obstante los caleroganos no querían y las monjas siguieron en el Monasterio hasta que el Gobernador Civil de Burgos mandó quemar el pueblo el 18 de agosto de 1868. El incendio, que se descontroló, arrasó con buena parte de Caleruega hasta que un joven, rezando a la Beata Juana, arrojó una imagen suya pidiendo que acabase con el fuego. Milagrosamente las llamas del fuego cesaron y las monjas pudieron permanecer en la villa.

Fue beatificada por León XII en 1828, quien la incluyó en el santoral. La Orden Dominica le profesa especial devoción, y la llama "la santa abuela". Los restos de Santa Juana tras su muerte pasaron sucesivamente a al Monasterio de Gumiel de Izán, a Peñafiel y a Caleruega (a mediados de 1950). Acualmente se encuentra en la zona de clausura del monasterio de las Madres Dominicas de Caleruega.

San Juan Macías, 16 de Septiembre



Nació en Ribera del Fresno (Badajoz) en febrero del año 1585.


Quedó huérfano a los cuatro años y no obstante su corta edad fue dedicado al oficio de pastor. En esta labor se le apareció San Juan Evangelista, quien lo tomó bajo su protección. El amparo de San Juan lo acompañó siempre, protegiéndolo del mal y ayudándolo a mantener su pureza. Así, Macías contó a la hora de su muerte que moría virgen, como otro Santo Domingo. 


Su vida estuvo marcada con una primera educación en familia llena de especial devoción a la Virgen María, especialmente al rezo del rosario.

Años más tarde abandonó el oficio de pastor y se mantuvo con el trabajo de sus manos, aunque buscaba siempre la soledad para la tranquilidad de su espíritu.

Pasó a Sevilla y trabajó para un mercader, con quien emigró hacia América del Sur en una nave mercante; llegó a Cartagena de Indias (Colombia), y fue despedido por no saber escribir. Desde allí emprendió viaje por tierra hacia Lima, donde trabaja un tiempo en las afueras de la ciudad con unos ganaderos; es aquí donde descubre su vocación a la vida religiosa.

Pidió el hábito de hermano cooperador en el convento de los Padres Dominicos de Santa María Magdalena en 1622 cuando contaba treinta y siete años.

Su vida en el convento estuvo marcada por la profunda oración, la penitencia y la caridad. Ocupó el cargo de portero durante veintidos años y éste fue el lugar de su santificación. El portón del convento era el centro de reunión de los mendigos, los enfermos y los desamparados de toda Lima que acudían buscando consuelo. A pesar de su dedicación al trabajo de portero, siempre encontraba de cuatro a seis horas para dedicarlas a la oración ya de día ya de noche y de rodillas, lo que le produjo una llaga rebelde en su rodilla, que los médicos no pudieron curar. Pero una noche se le apareció su protector San Juan Evangelista y quedó sano.
Según su autobiografía que dictó antes de su muerte, la Virgen se le apareció varias veces para confortarlo en sus penitencias. Mientras atendía sus obligaciones en la cocina, portería u otro lugar, se le vio en éxtasis, levitaciones y resplandores.

Pero también tuvo que soportar, durante más de doce años, según cuenta, las molestias del demonio, que lo aporreaba y arrastraba, pero siempre se libraba de él invocando a Jesús, María y José.

Tuvo también mucho influjo en la ciudad con sus consejos. A él acudieron el propio Virrey y la nobleza de Lima. Vivió en gran amistad y comunicación con san Martín de Porres y santa Rosa de Lima.

San Juan Macías - Basílica del Rosario Lima

También, como san Martín de Porres, sufrió con valentía las injurias y calumnias por su caridad heroica con los necesitados.



Murió en Lima el 15 de septiembre de 1645 y su cuerpo se 
venera en la basílica del Rosario. Fue beatificado por Gregorio XVI en 1837 y canonizado por Pablo VI el 28 de septiembre de 1975. Es el patrón de los inmigrantes y campesinos. 

El Dulce Nombre de Jesús

El origen de esta devoción, como bien es sabido, se encuentra en el Concilio del año 1274, celebrado en la ciudad de Lyón. Era éste el XIV Concilio Ecuménico, segundo que se celebraba en esta ciudad.

Fue en ese concilio, donde el Maestro general de la Orden de Predicadores (Dominicos), P. Fr. Juan Varcellil, fundada algunos años antes, solicitó la petición de dedicar en todas las iglesias de la mencionada orden un altar al Dulce Nombre de Jesús, petición que le fue concedida con el encargo añadido de desagraviar al Señor por las blasfemias, sacrilegios, profanaciones e irreverencias.

Desde aquel lejano año, la devoción al Dulce Nombre de Jesús, quedaba unida a los Dominicos hasta el punto que su florilegio recoge: "Santo Domingo endulzaba sus penosos viajes cantando los himnos de San Bernardo al Dulce Nombre de Jesús; en nombre de Jesús, el P. Isnard curaba a los paralíticos, y daba oído a los sordos y a los mudos el habla; el P. Pedro de Cataluña curaba a los enfermos y daba vista a los ciegos; S. Pedro Martir y el Beato Juan de Vicenza organizaban coros de cantores para alabarlo; con El principiaba y terminaba sus cartas Sta. Catalina de Siena; San Vicente Ferrer predicaba su veneración...." Esta devoción de los Dominicos era tal que se dedicaban el segundo domingo de mes, en todas las iglesias de la orden a celebrar el Dulce Nombre de Jesús con función y procesión claustral.


A principios del S. XV (1430) surgen ya algunas cofradías de esta advocación. Al parecer su origen se encuentra en una epidemia de peste combatida por el P. Andrés Díaz mediante esta devoción que dio lugar a que con posterioridad el P. Fr. Diego de Vitoria, del convento de S. Pablo de Burgos organizara las cofradías. Fueron llamadas indistintamente cofradías del Nombre de Cristo o del Nombre de Dios pero, casi siempre, bajo el patronazgo de la Orden de Predicadores. En ocasiones se les aplicó el adjetivo de "Santísimo" que con posterioridad cambió por el de "Dulce", tal y como hoy las conocemos. Se fueron desarrollando y extendiendo por toda la península, formando parte de la propia espiritualidad de la orden, como de hecho ya había ocurrido anteriormente con la devoción desde el Concilio de Lyón.

La nueva devoción se fue desarrollando y adecuando a la nueva espiritualidad de los nuevos tiempos. En 1564, justo unos meses después de que finalizara el Concilio de Trento, el Papa Pío IV en la bula "Iniunctum Nobis" (fechada el 13 de abril de ese año) se hacía eco de las cofradías que bajo esta advocación existían ya en nuestro país aprobándolas y poniéndolas bajo su protección.

El documento mencionado señala que ya estaban extendidas por los conventos que la orden tenía en España. Según este documento, estas cofradías estaban ordenadas a las obras de piedad y misericordia, así como a otros actos de disciplina, peregrinaciones, ayunos, etc... y ya desde entonces gozarían de una serie de privilegios al convertirse en una cofradía de carácter universal bajo la dirección de los Dominicos y con la protección del Sumo Pontífice. Esta bula señala además que cada segundo domingo de mes tiene lugar un acto litúrgico especial dentro del convento, pero abierto a los hermanos de la cofradía. Al parecer este acto litúrgico incluía, entre otras cosas, una pequeña procesión alrededor del claustro del convento.


El sucesor del Papa Pío IV, San Pío V, otorgó una nueva bula bajo el título "Decet Romanum Pontificem" (fechada el 21 de Junio de 1571), en la que entendía que estas cofradías "del Nombre de Jesús", eran un buen arma para propagar la fe cristiana frente al protestantismo, por ello, consideró igualmente unida esta obra a la suya del pontificado. Este documento viene a redundar en lo expuesto por se predecesor. Concede algunos nuevos privilegios y vuelve a señalar como misión de las Cofradías del Nombre de Cristo la lucha contra la blasfemia, así como la obligación de un culto especial los segundos domingos de cada mes.

7 de febrero, aniversario padres difuntos



Los dominicos conjugan perfectamente la alegría, como rasgo de vida, con la vivencia de la muerte y su alcance trascendente. Baste abrir el libro de las Constituciones para admirarse ante la preocupación por los difuntos de la Familia Dominicana. Diez números de este libro precisan los modos y maneras de recordar las obligaciones que con los difuntos de la Orden se establecen. Por ejemplo: “En cada convento se celebrará misa de difuntos: el día 7 de febrero por el aniversario de los padres; el día 5 de septiembre por el aniversario de los bienhechores y familiares de la Orden; el día 8 de noviembre por el aniversario de los hermanos y hermanas.” (Constituciones O. P. 70, II).





Según esta disposición, el día 7 de febrero todos los conventos de la Orden celebran la misa conventual por los padres de los frailes, una manera de corresponder a quienes dieron la vida y la primera educación a quienes siguieron la vocación dominicana. Resulta llamativa la carga espiritual que la Orden señala a favor de los difuntos de la Orden: una misa conventual semanal, el rezo del rosario, una vez a la semana, una vez al día el salmo “De profundis”, etc, etc. Cabría pensar que esta intensa oración por los difuntos marcaría, en los miembros de la Familia Dominicana, alguna señal fúnebre, algún sarpullido de fácil tristeza; nada más lejano a la realidad del talante dominicano. El intenso recuerdo de nuestros difuntos, nos aviva la alegría de la esperanza cristiana que se traduce en la risa y en el optimismo bienhumorado.

Fray José Luis Gago de Val, O. P.